Nombres raros

ADOLF HITLER ESTÁ VIVO.
Viaje a Chone, un pueblo de 20.000 habitantes en el interior de Ecuador donde sus habitantes tienen los nombres más increíbles del planeta: Alí Babá, Burger King, Vick Vaporup, Alka Seltzer, Lincoln Stalin… La colonización española no llegó hasta allí. En España, en cambio, hay apellidos que te marcan la vida.

ISABEL GARCIA. Enviada especial a Manabí (Ecuador)

El juez Adolfo Hitler Flores de Valgas Alava nació el 12 de julio de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial. El mismo día, pero a miles de kilómetros de distancia, en Londres, De Gaulle y Churchill firmaban la primera Carta de las Naciones Unidas para evitarle al futuro agresiones a la paz mundial como la que en aquellos meses escenificaba el III Reich. Pero al juez Adolfo Hitler Flores se le quedó el nombre. Nació en Chone, un pueblo de 20.000 habitantes situado en el interior de Ecuador. Al juez Flores nadie se atreve a llamarle Hitler, y se queda para sus vecinos en un más discreto Adolfo. El que su padre decidiera ponerle el nombre completo del genocida le libra del oprobio. Menos suerte han tenido Hitler Corral, el mecánico, y Hitler Mendoza, el de «allá abajo». Chone se vanagloria de ser la cuna de «las mujeres bonitas y los hombres responsables». Así reza en las actas y así repiten sus habitantes cada vez que un extranjero pone un pie en su tierra, a unas siete horas en coche (por carreteras serpenteantes y algo alejadas de la mano de Dios) de la capital, Quito. Pero también presumen de ser ciudadanos de la capital mundial de los nombres raros.

El padre del juez Adolfo Hitler Flores no hacía más que escuchar en aquellas viejas radios de onda media que un tal Hitler estaba haciéndose con toda Europa. Y no se le ocurrió otra cosa que honrar sus hazañas llamando así al quinto de sus 17 hijos. Eso, al menos, es lo que piensa el damnificado, Adolfo Hitler Flores de Valgas Alava, puesto que su ingenioso padre ya no está para contarlo. «Le impresionó que Hitler pudiera reconstruir Alemania después de lo mal que quedó en la Primera Guerra Mundial», intenta justificar esta víctima onomástica y colateral del führer. Pero no cuela. Y él lo sabe. «Claro que no me gusta mi nombre, y pensé cambiarlo porque soy juez y es motivo de guasa, pero le debo un respeto a mi padre». En su despacho hay un ejemplar de Mi lucha, el ideario del genocida nazi. Adolfo (Hitler) lo muestra. «Para criticar hay que conocer». Y que nadie se atreva a decirle Hitler, que se cabrea. «Mejor Adolfo». Y de fotos nada. Aunque el pueblo entero sabe de sobra cómo se llama.

Los habitantes de Chone y los 1.180.375 de la provincia de Manabí, bañada por el Pacífico -agazapadas entre agrestes montañas y caminos laberínticos sus casitas de adobe y caña- lucen en sus carnés de identidad nombres como Hitler, Unidad Nacional Centeno, Burger King Herrera, Alí Babá Cárdenas, Vick Vaporup Gíler, Conflicto Internacional Loor, Cien Pies Pinares, Puro Aguardiente Zambrano…

Basta ojear las guías telefónicas y los registros civiles de la provincia para verificar la realidad de esta fiebre que impele a los padres manabas a bautizar a sus hijos con copyrights de marca de ropa, coches, perfumes, jarabes, alimentos, equipos o hasta resultados de fútbol, instituciones…

Los habitantes de Chone propenden también al uso abusivo de diminutivos (Giocondita o Simoncito), apelativos tergiversados (Yoni en vez de Johnny, Guasintong en lugar de Washington o Zoraya con z); no falta el recurso a los clásicos (Pericles, Homero, Platón, Trajano…) y algunos, incluso, buscan el nombre de sus hijos al otro lado del Telón de acero (Stalin, Lenin…). Simón Bolívar, Napoleón o Cristóbal Colón Jaramillo campan por las calles del pueblo. Y encantados… Y en la guía también figuran Frank Sinatra o John Kennedy Suárez, este último dueño de una ferretería que nació el día del magnicidio en Dallas. El padre de JKS incluso envió una carta a la viuda Jacqueline contándole su ocurrencia. Y la futura señora Onassis le respondió agradecida.

«A campeonatos de nombres raros no nos gana nadie», se carcajea Wilson Waner Flores de Valgas, sobrino de Hitler. «Conocí a una tal Alka Seltzer. Le pusieron así porque esas pastillas fueron las únicas que aliviaron los dolores de su madre en el parto». Después, recita de carrerilla los nombres de los más egregios vecinos de Chone: Arcángel Gabriel Salvador, Blanca Nieves Vera, Land Rover García… O Tranquilino Loor, conocido como don Tranco y dueño de una tienda de abastos. «¿Por qué no me llamaron Juan Carlos?», bromea. El nombre viene de un antepasado, pero no siempre le hizo gracia. «No me querían nombrar gerente del Banco de la Vivienda; no creían que me llamara así».

Pero la historia de la familia Flores de Valgas no ha acabado. Uno de los hermanos de Hitler se llama Querido Ecuador. Vive en una de las comunidades rurales de Flavio Alfaro, un pueblo perdido entre montañas y a una hora y media en coche de Chone, siempre que las llantas lo resistan… La plaza se asemeja a la de cualquier lugar de la zona. O a la de cualquier pueblo de Castilla y León. Rectangular, con la iglesia en el medio y algún que otro puesto callejero donde se sirven colas (refrescos), cervezas, empanadas de yuca o sánduches (según reza el cartel).

En uno descansa don Querido Ecuador, de 69 años. Él, al contrario que su hermano, está encantado con la delirante tradición onomástica del lugar. «Me dicen Mi Querido, Queridísimo, hasta mi amor…». Tan encantado está que puso a uno de sus hijos Ecuador de segundo nombre. Delante, Yuri, protagonista de una novela radiofónica de la época, otra tradición bautismal del pueblo.

A su pequeña le puso Venus Lollobrigida. Dice que nunca tuvo problemas en la escuela. Cómo iba a tenerlos si uno de sus compañeros se llamaba Angel Gaduol Compuesto, como el jarabe. Los inconvenientes vinieron después, cuando quiso pedir un crédito y se lo denegaron porque pensaban que su cédula de identidad era falsa.

Y es que lo que ocurre en Manabí no pasa en ningún sitio. Es la conclusión a la que ha llegado Enrique Zambrano, director del registro civil de Portoviejo, la capital de la región. Tiene 250.000 habitantes, 70.000 más que la otra gran ciudad de Manabí, Manta, el segundo puerto del país después de Guayaquil.

En el registro reposan las actas de Luz Divina, Ford Chevrolet, Selva Alegre, Oferta Bienleída, Sostenes, Semiencanto, Perfecta Heroína, Everguito Coito, Dumas, Sony, Poderoso Melchor o Juan Ob. (por obispo, porque así apocopaba la grafía el santoral que inspiró a sus padres). No es fácil encontrar a muchas de estas personas porque muchas ni siquiera nacieron en Portoviejo, sino que sus padres las inscribieron allí porque les pillaba de paso o ya les habían impedido hacer gala de su originalidad en otro registro.

Precisamente en Portoviejo registró Ramón Falconí Yepes a su hijo Rafaye (responde a las dos primeras letras del nombre y los apellidos del padre), después de que se lo impidieran en su ciudad, Jipijapa. ¿Por qué? «Porque decían que no era un nombre». Sin embargo, al afectado le encanta cómo suena y tiene claro que su primer hijo se llamará así. «Es original», argumenta el joven de 25 años mientras cambia un disco en la emisora La voz del sur de Manabí, que dirige su padre. Custodian la sala imágenes de las megaestrellas de la cumbia, bastante ligeritas de ropa. La singularidad de la familia llega hasta su tío Segundo Ecuador («mi abuelo pensó que ya había un Ecuador, el país, y su hijo sería el segundo») y hasta su madre, Blanca Nieves Baque, que ya está acostumbrada a que la pregunten desde cría dónde dejó a los siete enanitos.

El director del registro de Portoviejo no puede evitar esbozar una sonrisa cada vez que lee en alto los hallazgos de su «computadora», ubicada al fondo de una lúgubre dependencia en la que se apiñan cuatro mesas con ordenadores y un caduco archivo de papel. Las máquinas de escribir recuerdan otros tiempos y los típicos funcionarios, que repiten aquello de «vuelva usted mañana» todo el tiempo, también.

Entre las últimas inscripciones que Zambrano recuerda, figuran las de una niña a la que pusieron Sunami sin t (nacida poco después del huracán que arrasó Indonesia en diciembre de 2003) o Roberto.-. Sí, punto y raya. El director tiene que escribirlo textualmente intercambiando estupefacciones con los ciudadanos que esperan turno. «El padre me dijo que pusiera eso así y no sabía ni qué decirle». Zambrano siempre intenta cumplir el artículo 78 de la Ley de Registro Civil, que, desde 1979, obliga a no inscribir más de dos nombres por persona y a evitar palabras «extravagantes, ridículas, que denigren la personalidad o que expresen cosas o nociones». También prohíbe los diminutivos o los términos que no aclaren el sexo. «Pero muchas veces es imposible hacer entender a la gente, sobre todo del campo, que no puede poner a su hijo Jesucristo porque es malo para él», explica.

Y es que en el Manabí rural vive el 48% de la población. La agricultura y la ganadería dan de comer al 70% de los censados. Aunque en los últimos años se han instalado bastantes industrias aceiteras, cerámicas, cementos, fideos y procesadoras de pescado. Son los datos que maneja el Instituto Nacional de Estadística, que también dice que la renta per cápita no supera los 320 dólares mensuales en la región, por debajo de ciudades como Quito, Cuenca (ciudad fundada por conquistadores conquenses al sur del país) o Guayaquil, que rondan los 380.

SIN NOMBRES BÍBLICOS

Esto, junto al atraso ruralista de la zona, ha hecho que cerca del 15% de la población haya emigrado a Estados Unidos o España. La historiadora de la Universidad Eloy Alfaro, Tatiana Hidrovo, hace referencia a la emigración en sentido inverso que recibió la colonia para explicar los apelativos curiosos. «Cuando llegaron los españoles en el XVI encontraron una tierra inhóspita y aislada por montañas y, además, no había esmeraldas ni oro, como pensaban, por lo que se marcharon». Unido a la escasez de mano de obra a causa de las epidemias que asolaron la zona entonces, creó un vacío de poder (político y religioso) en el que cada cual hacía lo que quería. «Por eso no hay nombres bíblicos, por ejemplo».

Ese carácter libre e independiente sigue vigente. Manabí tiene fama de solucionar los problemas sin medias tintas, de tener a los políticos más radicales (la afiliación es generalizada y de ahí salió el presidente de Ecuador más venerado de todos los tiempos, el revolucionario Eloy Alfaro) y de contar con altos índices de corrupción y violencia. Es decir, si eres mi amigo, hasta la muerte. Pero si no, saco el machete y aquí no ha pasado nada. Estilo Sicilia años 30. De hecho, las esculturas que dan la bienvenida cuando se llega a Manabí por carretera muestran a varios hombres con el machete en la mano, el símbolo de la región.

Además, la geografía abrupta que aísla a los manabas también influye en su carácter. Cuando los campesinos salen a la ciudad se quedan impresionados. «Esa falta de poder hace que la gente lo busque en otro lado, como en las grandes empresas o instituciones y ponen a su hijo Autoridad Portuaria o Burger King; es un símbolo de poder», dice Hidrovo.

Joselías Sánchez, director del Instituto de la Historia e Identidad de Manabí, también cree que el desinterés de los españoles que llegaron con Colón es uno de los motivos por los que en Manabí no importa el qué dirán. «Aquí hay 22 realidades distintas, cada una con su idiosincrasia, sus ritos, sus apellidos y sus nombres, con los que los padres identifican a sus hijos porque tienen que ser diferentes; es una norma». Le pongo así porque soy manaba y punto…

Aunque siempre está la opción de cambiarse de nombre por dos dólares en cualquier registro. Es el premio que concedía hace años el periodista guayaquileño Marcelo Marchán, más conocido como Tomás del Pelo, seudónimo que empleaba en el diario El Universo. Allí publicaba cada semana un cupón para que los lectores le confesaran sus vergüenzas. Se hizo popular por sus campeonatos de nombres raros, que reunió en un libro. Entre los ganadores, destacan Exquisita Pílsener (una cerveza) Vera y Olvido Romántico Cedeño. «Había gente que lo tomaba bien, pero otra me llamaba amenazándome hasta el punto de declararme persona non grata en Manabí, pero yo me lo pasaba estupendamente» Otro de los galardones era una botella de aguardiente. «Para que se olvidaran de su nombre», recalca entre risas. «Pero nadie vino a reclamarlo».

Entre los que optaron por cambiar de nombre está don Espíritu Santo Zambrano, que eligió Oscar Espíritu en 1992, tras pasar avergonzado buena parte de su vida. De hecho, no quería ni aparecer en este reportaje: «Ni aunque hagamos el amor, señorita». Su historia es cómica, ya que su madre escribió una nota a su padre con el nombre con el que quería inscribirle, pero el buen señor se emborrachó con unos amigos y al llegar a la parroquia se le ocurrió lo de Espíritu Santo. Además, tuvo otras tres hijas: Fe, Esperanza y Caridad. La anécdota la cuenta el sobrino, Napoleón.

El cambio de nombre es comprensible con historias así. Que se lo digan a Darling Chunga (es un hombre), cuya madre vio un darling en el diario de ese día; a Dos a Uno Angulo, que nació el domingo en el que el equipo de su padre triunfó sobre el San Lorenzo; a Mary Nissan (como el coche) Loor, la esposa de un abogado de Chone; a Diosita Párraga, que le debe el nombre al novio de su tía, Diosito; o a la peluquera España Parrales, que nació el 25 de julio, día de Santiago Apóstol, patrón de España. «Al menos me gusta más que Santiaga, que era la otra opción…».

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