Una mano para Guille
A las cuatro de la mañana, antes de arrancar su dÃa, Guillermo Gómez pasaba con su carro de café por la parroquia Sagrada EucaristÃa de Palermo. Se detenÃa ante un Cristo de granito de tamaño natural, se persignaba y decÃa: – Gracias por protegerme esta noche. Te pido que mis hijos estén bien y que me reencuentre con ellos.
A una de sus hijas, Victoria de 29 años –casada, dos hijas–, le habÃan dicho que su padre estaba muerto. Durante doce años no supo nada de él. “Soñé con él varias veces, que lo encontraba. Nos fuimos distanciando hasta que un dÃa no nos vimos más. En mi libreta de casamiento aparece como fallecidoâ€, dice a ClarÃn .
Guillermo vivió en la calle los últimos 5 de sus 59 años. Sobrevivió vendiendo café, caramelos y con la ayuda de la gente . DormÃa en un banco de la plaza William Morris, en Palermo.
Hace poco, una tarde de octubre de 2010, Federico Sordo y Germán Barbato, dos jóvenes del barrio, estaban sentados en un banco de esa plaza. Guillermo hablaba con una mujer, le decÃa que habÃa terminado de leer El dÃa que Nietzsche lloró , de Irvin D. Yalom. “Escuchamos que le decÃa si le prestaba otros porque los dÃas sin lectura se le hacÃan muy largosâ€, recuerda Federico.
Los chicos se acercaron. Le contaron que tenÃan un proyecto sociocultural llamado “Yo leà este libroâ€. PodÃan prestarle uno. Al otro dÃa le llevaron El perfume , de Patrick Süskind. Pero Guillermo ya lo habÃa leÃdo. Asà comenzó la relación. Se encariñaron, conocieron su historia, supieron que habÃa estudiado abogacÃa, que solo debÃa dos materias pero que nunca las habÃa rendido, que habÃa estado casado 10 años, que se habÃa separado, que habÃa tenido buenos trabajos y que, tras perder el último, no se habÃa recuperado más. Supieron que se habÃa abandonado , pese a que venÃa de un hogar de clase media de Haedo. Que todo eso era pasado. Los chicos buscaron formas de ayudar a ese hombre barbudo, de ojos verdes, tan parecido a Mario Benedetti. Se les ocurrió filmar un video y armar una página web: “Una mano para Guilleâ€. Guillermo accedió, sin saber que ese video le cambiarÃa la vida. Gracias a él, se reencontró con sus tres hijos, vive en la casa de Victoria y maneja un remise.
“Vivir en la calle no me dejó nada bueno. Hay que estar muy bien para no caer en la locura. A mà me salvó la lectura, el ajedrez y los crucigramasâ€, dice ahora Guillermo, tomando una gaseosa, sentado en un restaurante de Haedo.
La historia de su desbarranco es larga. Por una serie de infortunios, amaneció un dÃa durmiendo en la plaza. Fue en el 2003. HabÃa perdido su trabajo de administrativo en una empresa cerealera y le costaba conseguir otro. Lo asfixiaban las deudas; la miseria y la tristeza lo llevaron a la calle. Ya hacÃa 12 años que, por las diferentes mudanzas y su propia desidia, habÃa dejado ver a su familia. Pero no la olvidaba. La primera noche a la intemperie durmió abrazado a su bolso. Cualquier ruido lo sobresaltaba. De a poco se las fue arreglando: una mujer le llevaba las viandas que sobraban de su trabajo. Se bañaba en los paradores del Gobierno de la Ciudad. LeÃa lo que le prestaban los vecinos: Don Alfredo , de Miguel Bonasso, Los Borgia , de Iván Cloulas o su preferido, Cien años de soledad , el clásico del realismo mágico de GarcÃa Márquez.
La rutina callejera se alternaba los sábados, cuando se tomaba el tren y se bajaba en Haedo. “SabÃa que mi hija vivÃa por ahÃâ€. Sin saberlo, pasaba a dos cuadras de la casa de ella. Con un fibrón escribÃa en la estación: “Si conocen a Victoria Gómez, digalé que su padre la quiere y la extraña muchoâ€. TenÃa la esperanza de que leyera el mensaje. “Pero ella se tomaba otro tren para ir a trabajarâ€.
Un domingo de septiembre del año pasado, Victoria, cuya mamá murió hace unos años, miraba TV acostada con su marido. Guillermo también lo hacÃa, pero desde una cama del Hospital Fernández. Lo habÃan internado por una descompensación.
–¡Ese es mi papá!–, gritó Victoria. Un programa mostraba el video que habÃan filmado Federico y Germán. Ahà estaba Guille, sentado, barbudo, con un camperón y una gorra amarilla. Esa noche Victoria no durmió. A la mañana siguiente se fue al Fernández. Les explicó a las asistentes que Guillermo era su padre.
“Guillermo ¿Usted conoce a una tal Victoria Gómez?â€, le preguntaron. “¡SÃ!, es mi hija, hace años que la buscoâ€. “Espere un momentoâ€. Victoria apareció. Hubo llantos y gritos.
Guillermo conoció a sus nietas, duerme en la pieza de una. Con ellas hace aquagym. Mira el canal Europa Europa, va al cine, se afeitó, se perfuma antes de salir. Los años de calle dejaron marcas: esa tos que lo ahoga, ese caminar cansino.
Antes de arrancar cada dÃa, se pellizca para comprobar que no está soñando, habla en voz baja y le agradece a Dios por sus plegarias atendidas.
La página http://unamanoparaguille.com tiene como objetivo conseguirle un trabajo a Guillermo. Por eso, desde ahà se puede descargar su CV.