Entrevista al Dr. Tangalanga

(Entrevista año 2006 – Revista Noticias)

Parece un abuelo inofensivo de 70 años, saludable y de buen humor. Pero sólo dos de esas cuatro suposiciones son ciertas. Las apariencias engañan en beneficio de él: ni es inofensivo ni tiene 70 años. Se hace llamar Tangalanga, todos le dicen «doctor» aunque sólo terminó 6° grado, cumplió 90 años este verano y las 3000 víctimas que lo sufrieron con sus bromas telefónicas saben que es capaz de volver loco a cualquiera.

Tiene más de 40 CDs editados (las primeras grabaciones se copiaban en casetes en forma casera y se pasaban de mano en mano) y sus shows suelen estar colmados aunque no se anuncien por temor a que alguna de sus víctimas intente represalias. Ese temor es el que lo llevó a usar su típica gorrita y su barba postiza, además de distintos seudónimos: Tangalanga es apenas el más conocido, aunque lo usó sólo en un llamado.

Personalidades tan disímiles como Spinetta, Mollo, Susana Giménez, Guinzburg, Alejandro Rozitchner, Fernando Peña, Sandro, Maradona, Vilas, Menem o Aníbal Fernández, lo transformaron en un objeto de culto. Sandro lo invitó a su inexpugnable casa de Banfield y él le contestó que iría con gusto si no fuera porque «estaba en la loma del orto» y que no tenía el pasaporte al día. Hace dos meses lo invitaron a la Casa de Gobierno y pensó que se trataba de una visita protocolar. Pero no, el ministro del Interior sólo quería conocerlo en persona porque es fanático suyo.

¿Cuál es su arte? Decir que son bromas telefónicas es decir poco, pero es empezar por algo. No elige a sus víctimas al azar. Como un módico justiciero, prefiere que sean pecadores. Muchos manochantas que publican avisos en busca de incautos; profesionales o comerciantes que cometieron pequeñas estafas con sus clientes; o vecinos jorobados que suben sus autos a la vereda o que viven con animales insoportables. Pero hay de todo. Los que llama para ofrecerles el servicio de cambiar apellidos complicados, como Conchado; encuestados con preguntas insólitas para la revista «Trululú», o un ex presidente como Fernando de la Rúa a quien le ofreció asesoramiento jurídico dejándole un teléfono que tenía 12 dígitos: «¿Tantos números?», preguntó Fernando. «Dividido dos», respondió Tangalanga. «Ah, muy bien», cerró inmutable el ex Presidente.

El filósofo Rozitchner le dedicó un extenso estudio para tratar de entenderlo: «Es amado porque nos hace cómplice de una aventura extraordinaria. Es la mirada de un chico que se satisface en participar del mundo de los grandes actuando el papel de uno de ellos. Lo que fascina es ese primer acto de amor de hacernos parte de su transgresión, de su atroz diversión.»

Es fácil caer en sus redes. Su voz telefónica es la de un hombre mayor, educado, moralista y firme en el trato. Por eso, cuando la víctima es chicaneada por primera vez, no suele reaccionar porque no espera el ataque. Pero de a poco se desencadena una catarata de insultos, de verdades mezcladas con mentiras, de chistes infantiles y de ironías imperceptibles. Y cuando todo parece explotar, el doctor retrocede, recupera la compostura, acepta alguna culpa menor por el exabrupto, pide ser tratado con respeto y la víctima vuelve a bajar la guardia. Las conversaciones pueden derivar en choques dialécticos en los cuales Tangalanga es el único que controla los tiempos.

Digámoslo de una vez doctor, ¿cómo empezó esta locura?

Dr. Tangalanga: Todo empezó en 1964. Tenía un gran amigo, Sixto, que lo habían operado y estaba todo el día en la cama. Una vez me contó que estaba llevando su perro a lo de un veterinario que le cobraba como si fuera Favaloro. Yo le pedí el teléfono del veterinario y lo llamé desde mi casa y lo grabé. Le dije que le había llevado un perrito para que lo atendiera, que él me había dicho que no tenía nada y que ahora el perrito se estaba muriendo. Me dice «no sé de qué animal me está hablando». «Más animal será usted», le contesté. Empezamos a subir el tono hasta que le dije: «Mire, yo sé de un amigo mío que le llevó a revisar un canario y usted le dijo que tenía ictericia». Al día siguiente le llevé la grabación a mi amigo y no sólo se río mucho, sino que se dio cuenta de que le servía para hacérsela escuchar a los que venían a visitarlo y evitaba que le preguntaran sobre su salud.

¿Cómo fue la segunda vez?

Dr. Tangalanga: Una semana después me contó que en el sanatorio de San Isidro cobraban caro y atendían mal a la gente. Llamé y pedí con el gerente. Le dije que lo que le habían cobrado a Santoro era una barbaridad. «¿Quién es Santoro?», me contestó. «Usted sabe muy bien quién es Santoro. Santoro fue allí porque le dolía el oído y ustedes lo operaron de los meniscos». A Sixto le encantaba escuchar cómo me insultaban y antes de morir le dijo a un amigo en común, Tato Bores, que gracias a esas cintas no moría tan triste.

¿Pero usted no tenía otra cosa que hacer en la vida?

Dr. Tangalanga: Yo era gerente de compras de Colgate-Palmolive. Trabajé ahí hasta el ’72, cuando el presidente de Odol me ofreció trabajo. Yo tenía 56 años. Me dijo: «Si los norteamericanos te aguantaron 34 años, seguro que boludo no sos». Allí trabajé hasta 1995, cuando cumplí 78.

¿Cuántas llamadas hizo para su amigo Sixto?

Dr. Tangalanga: Unas 30, pero no se difundieron porque no tienen buena calidad. No hice más llamados hasta 1980, cuando me enfermé de hepatitis y estuve dos meses en cama. En ese momento mis amigos me impulsaron a volver a hacer los llamados.

¿Y cómo decidió editar por primera vez las llamadas?

Dr. Tangalanga: Fue Tato quien me aconsejó, pero recién en el ’94 fui a una discográfica. Es que no me interesaba la guita. Tenía un buen sueldo y una buena posición. Además tenía miedo de que un tipo con el que había hablado dijera: «Este es el hijo de puta que me estuvo cargando y todavía se gana la vida conmigo». Pero Tato y otros amigos me convencieron. Firmé contrato y en un año se vendieron 140.000 casetes. Me pagaban un dólar y medio por unidad vendida. Ese primer año gané 210.000 dólares.

¿Hoy tiene contrato con alguna productora?

Dr. Tangalanga: No, hay muchos facinerosos y me robaron mucho. Desde el ’99 los CD los producimos nosotros.

¿Cómo graba las llamadas?

Dr. Tangalanga: Al principio, con un cable que tenía una ventosa que pegaba en el teléfono. Hasta que en la década del ‘80, Spinetta me regaló un teléfono que grababa directamente. Ahora, Roberto Fasano (productor, representante, amigo) me compró un teléfono con un dispositivo que nivela mi voz con la del otro.

¿Qué porcentaje de llamadas llega al CD?

Dr. Tangalanga: Menos del 5 por ciento. De 300 que hago por año, en el CD terminan unas 12. Seleccionamos los mejores, pero también dejamos afuera algunas muy problemáticas, como una que le hice a un profesor de árabe.

Lo suyo es una profesión de riesgo. ¿Qué problemas tuvo?

Dr. Tangalanga: Y…amenazas, gente que sé que me está buscando y todavía no me pudo encontrar. Un gran problema fue cuando apareció el identificador de llamadas. En Uruguay estábamos haciendo un espectáculo y al rato nos cae con la policía una señora a la que había llamado recién. Decí que ahora con el asterisco-31-numeral, zafo.

¿Llega a conocer después a algunas de sus víctimas?

Dr. Tangalanga: A pocas. Hay una de una santería umbandista. Una vez la llamé y me insultó 10 minutos seguidos. La llamé otra vez y me insultó 12 minutos. Un día la fui a conocer a su local y la invité a un show e hizo una llamada conmigo. También hay otros con los que quise hacer lo mismo, pero siguen calientes, lógico. Está ese techista de Castelar al que llamé por primera vez desde la Rock & Pop porque sabía que había corrido a un vecino a tiros. Le dije «cómo habrás arreglado el techo de mi casa que cuando llueve salimos al patio».

¿Tiene algún límite con sus víctimas?

Dr. Tangalanga: Una vez me pasaron el teléfono de un arquero al que le habían metido cinco goles. Cómo lo voy a llamar. Prefiero llamar a otros. Me quieren llevar a la Facultad de Medicina por los llamados contra los manochantas, creo que llamé a todos los del país. Hay uno que me termina aceptando que es todo joda lo que hacía. O el dentista caradura que todavía sigue anunciando. Lo quise agarrar otras veces, pero la secretaria ya me conoce.

¿Ninguno le da lástima?

Dr. Tangalanga: Y…pocos. El otro día llamo a unos albañiles y uno me cuenta que lo acababan de echar del Correo y otras desgracias. Bueno…le terminé deseando suerte, ¿cómo lo voy a cargar? Yo sé que jodo a uno pero se ríen mil. Y todavía no se me murió nadie…

¿Cuál es la estrategia de cada llamado?

Dr. Tangalanga: Busco o me dan alguna información y nada más. No preparo nada, surge espontáneamente. Si el llamado es bueno trato de que la persona no me corte.

¿Cómo hizo para llegar con esa aptitud física y mental a los 90?

Dr. Tangalanga: Trabajé 57 años sin parar, nunca fumé, nunca me puse en curda, jugué mucho al fútbol, pero nunca me cuidé con las comidas, hasta hoy como lo que venga. Y también tuve suerte y buen humor. Siempre tuve buen humor… aunque no se note.

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